El inesperado viaje al Caribe de Gwendolyne

Sillas de playa bajo una palmera
Foto por Ken Teegardin

Madrid, 14 de agosto de 2017

Ilusionada, estreno este diario en el que, a modo de cuaderno de bitácora, empiezo por narrar un viaje rumbo a un lugar desconocido. A partir de ahora, tengo la esperanza de que no dejaré de emprender y contar, en estas páginas, nuevas y sorprendentes aventuras...

7:30 a.m.

Mi novio viene a buscarme a casa. Llamando al telefonillo despierta a toda mi familia, típico de Roberto. Doy dos besos a mamá, le repito por enésima vez que no sé qué día voy a regresar. Roberto, con lo agarrado que es -siempre dice que está ahorrando, para el día en que nos vayamos a vivir juntos-, por fin se ha rascado el bolsillo y me ha regalado un viaje sorpresa ¿A dónde me llevará? Cuando me ve aparecer con el equipaje me dice: "Gwendy, cariño, ¿dónde vas con tanta maleta?". Eso me gustaría saber. Por si acaso, he metido en la maleta un poco de todo: desde el bikini y la toalla playera, hasta un forro polar y un chubasquero. Estoy expectante por conocer el destino: ¿tal vez Canarias? ¿Roma, Praga? Ya sería demasiado que los astros me deparasen una estancia en el Caribe; una nunca pierde la esperanza de que su novio le lleve, si es preciso, hasta la luna. Roberto me ayuda a meter la maleta en su coche y... allá que vamos...

7:50 a.m.

Llegamos al lugar de partida: una calle tranquila y espaciosa en la que nos espera nuestro primer autobús. Un revuelo de gente alborotada lo rodea. Me da mala espina que, salvo Roberto y yo, todos sean viejos. Aparte de Maldonado, nuestro guía.

8:00 a.m.

Descubro por fin nuestro destino: vamos a un tour organizado por Toledo. Qué bajón me ha entrado. No encuentro otro calificativo más apropiado para mi novio que el de miserable...

8:20 a.m.

Ya era hora de que el autobús se pusiera en marcha. Faltaban dos pasajeros, y Maldonado le ha pedido al chófer que los esperase. Mientras estábamos aquí parados, con el motor en marcha, algunos viejitos, al darse cuenta de que estaba llorando, se han acercado hasta mí para intentar animarme. El estúpido de Roberto me ha bromeado al oído: "cari, mira el lado positivo del viaje: así podrás hacer prácticas con los ancianos". Qué imbécil. El día que apruebe las oposiciones de trabajo social se va a enterar. Ganaré el suficiente dinero como para irme de veraneo, si me da la gana, a la Conchinchina. Y entonces le darán morcilla a él y a toda su tacañería...

8:30 a.m.

Una señora se estaba orinando y me ha preguntado por el baño de mujeres. Creo que algunos pasajeros piensan que Roberto y yo pertenecemos a la empresa que organiza el viaje. Será porque somos los únicos jóvenes, y porque viajamos en la primera fila, junto al guía, cerca del chófer. Maldonado le ha dicho a la señora que se aguante un poco, que enseguida haremos un alto para desayunar. El conductor, por animar, ha puesto un CD de Julio Iglesias. No sé si será algo premonitorio, pero la primera canción que ha sonado ha sido Gwendolyne, con lo que ha vuelto a escapárseme alguna lágrima. Mis padres me llamaron Gwendolyne por esa canción. Un viejo muy pesado, desde un par de asientos más atrás de los nuestros, no para de malcanturrear cada canción. Está estropeando todo el encanto de la voz melosa de Julio Iglesias...

8:45 a.m.

Paramos a desayunar en el "El acebuche", un bar de carretera. No sé por qué, pero me da por pensar en "Desayuno con diamantes"; qué película más bonita... Intuyo que nada de romántico puedo esperar del inminente desayuno que nos espera. Está incluido en el precio del viaje, así que Roberto se muestra satisfecho. La señora de antes chochea, me vuelve a preguntar por el baño de mujeres. Entre nuestros compañeros pensionistas, el que no corre vuela para pillar mesa y silla en el bar. Roberto y yo nos resignamos a acoplarnos junto a la barra, de pie. Pido café con leche y unos churros. Roberto igual, pero prefiere porras.

9:00 a.m.

Nada más regresar al autobús, Maldonado reparte unos folletos entre los pasajeros. Nos sugiere que, de camino, le vayamos echando un vistazo. Pensé que sería alguna guía útil sobre Toledo, "La ciudad Imperial". Pero me da a mí que Roberto me ha embarcado en uno de esos viajes promocionales para jubilados que cuestan cuatro cuartos, porque el folleto no es más que un aburrido catálogo de productos variopintos a pagar en cómodos plazos. No obstante, decido echarle un vistazo, para paliar la monotonía del viaje. Sillones masajeadores, audífonos para los oídos, colecciones conmemorativas... Nada que me interese ni que merezca la pena. Sólo llama mi atención la sección de viajes: "¡¡¡Mañana puede ser tarde!!!". "Estancia de fin de semana en el balneario de Lanjarón".  "Regálese las vacaciones que nunca tuvo en la Riviera Maya". Se lo muestro a Roberto: "mira, amor, se puede pagar a plazos". Me pone mala cara.

9:35 a.m.

Ya estamos llegando a Toledo. Maldonado recoge los folletos, para que no se pierdan. Dice que más adelante nos los devuelve, la verdad es que yo no lo quiero para nada. A cambio, nos reparte a todos una pulserita, para que podamos visitar algunos lugares de interés. El autobús nos deja en una explanada, junto a la estación de autobuses. Le pido al chófer que me abra el maletero: presumo que va a ser un día de calor, y quiero dejar mi chaqueta y coger el abanico. El autobusero me mira con escepticismo, y eso que sólo tiene que apretar un botón para que se abra el portón. En el maletero no hay más maleta que la mía; me siento tan estúpida... Y más cuando a uno de los viejos se le ocurre soltarme en alto, con deje pueblerino: "¿Ande vas con la maleta?". Otro idiota de la misma especie animal que Roberto... Cojo el abanico y empezamos a subir cuestas, siguiendo una muralla de la época de Matusalén.

10:00 a.m.

Después de traspasar una puerta que le dicen de la Bisagra, hemos continuado calle arriba, hasta llegar a la Ermita del Cristo de la Luz, en la que hemos podido entrar gracias a la pulsera que nos repartió Maldonado. Con lo bonito y antiguo que se va viendo todo, no sé si compensa, porque cada vez las cuestas son más empinadas. De tanto subir, la mitad de los pensionistas están exhaustos. Les va a dar un soponcio, y a mí también. Mi novio me hace el chiste de que es bueno hacer un poco de deporte de vez en cuando. "Que últimamente te estás poniendo un poco fofi, cari", me dice el imbécil. A veces no sé por qué lo aguanto. Será porque también tiene sus detalles buenos. Por ejemplo, anima a algunas señoras para que no se queden descolgadas del grupo. Y hasta les va insuflando aire, con mi abanico. Me quita el abanico para darle aire a ellas. Si es que es un pedazo de pan, mi Roberto. Y un huevón...

10:45 a.m.

Parece que estamos en la cumbre, en no sé qué plaza, por el casco histórico. Plaza de Zocodover, me aclara Maldonado. Todo el conjunto del grupo esperando a ver si aparece una señora, que se ha quedado rezagada. Cuando llega, mira tú por dónde, me entero por casualidad de cuánto le ha costado a Roberto el viaje. Creí que lo conocía más o menos bien, pero nunca imaginé que fuera tan roñoso. Por lo visto, a la señora que no terminaba de llegar se le ha trastabillado un pie con el empedrado de la calle, y no podía seguir caminando. Se ha hecho un esguince, vamos. Cuando por fin ha llegado, acarreada a la sillita de la reina entre su marido y Maldonado, todos los viejos se han arremolinado a su alrededor y han comenzado a dar su opinión. Como Maldonado no tenía ningún plan preparado para estos imprevistos, alguien le ha sugerido que llamase al 112. Así lo ha hecho. Indignados, la señora y su marido no paraban de protestar. La mayor parte de los jubilados se han puesto de su parte, porque por lo visto el viaje no incluye seguro de ningún tipo. Entonces un señor le ha echado un capote a Maldonado: "¡Señora, por 24,99 euros que le ha costado el viaje, qué espera!". Así es como me acabo de enterar de lo súper rácano que es mi novio. Menudo cabreo me he cogido... Claro, que lo mío no es nada comparado con la furia de los viejos; vaya trifulca que le están armando al pobre Maldonado, mientras llega o no la ambulancia. Como se descuide lo van a despellejar vivo. Para su alivio, acaba de entrar en escena la ambulancia, yo creo que más para rescatarlo a él que a la señora magullada. Le están explorando el tobillo a la señora unos sanitarios disfrazados de pollito fosforito. Al final, la montan en la ambulancia y se la llevan a urgencias, al hospital Virgen de la Salud. Su marido también va dentro, junto a ella. Maldonado les ha prometido que más tarde les enviará un taxi, para que los recoja del hospital y los deje en el restaurante donde vamos a comer. A ver con qué menú me sorprende Roberto...

10:50 a.m.

A Roberto se le ve encantado, pues, aprovechando que hay misa, acabamos de entrar gratis en la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo. Casi se quedan sin fachada para escribir el título... Tan grande, como la catedral en sí misma. Están muy bien acabados los techos, con las típicas pintadas de santos y ángeles por las nubes y por todas partes. Los feligreses deben ser como los peones de la escenografía eclesial, porque el suelo es a cuadros, como un tablero de ajedrez. Por fin puedo sentarme a la fresca un rato, en un banco de la última fila. Parece que éste fuera el único sitio de esta ciudad donde no hace un calor asfixiante. Lo malo es que ya pronto tenemos que desalojar, en cuanto el señor cura, obispo o lo que sea, dé por finalizada la misa. Maldonado dice que la pulserita que nos entregó no incluye la visita a los museos catedralicios. Los viejos protestan de nuevo, la vuelven a armar, y nos tienen que llamar la atención. Ninguno parece muy dispuesto a pagar los 12 euros, por persona, que cuesta la entrada-donativo al resto de estancias. A Roberto ni le pregunto si quiere rascarse el bolsillo.

2:25 p.m.

Harta de tanto caminar toda la mañana: tengo los pies molidos. Lo peor de esta ciudad, el calor que hace, que es insoportable. No me quiero imaginar cómo estarán de agotados los abueletes. A alguna señora parece que le va a dar una lipotimia, y más vale que no le dé, porque no hay seguro médico. También a Maldonado se le nota exhausto, ya que es más bien gordo que tirando a grueso. Gracias a la pulserita, hemos podido entrar a un montón de sitios gratis: que si ahora, por esta callejuela, a la antigua sinagoga judía, Santa María la Blanca; que si después, por unos callejones empedrados, a la iglesia de los jesuitas y la del Salvador... También visitamos el monasterio de San Juan de los Reyes, y no sé qué colegio de las doncellas nobles... Toda la mañana rebotando de acá para allá como una bola de pinball, entre edificios antiguos e iglesias de todos los estilos que se estudian en el colegio. En una de las iglesias guardaban el impresionante cuadro del Greco sobre el entierro del un tal conde de Orgaz. "La pintura que habrán gastado en este pedazo de lienzo", es lo único que se le ha ocurrido decir a mi novio. En fin, qué puedo esperar del encargado de una ferretería... Menos mal que ya vamos para el restaurante, a comer, porque me tiene frita.

2:45 p.m.

Por fin estamos sentados a la mesa, en el restaurante "El abrevadero". El nombre del sitio me parece algo impertinente. De primero, a elegir entre ensalada campera y gazpacho "toledano". De segundo, chuletillas de cordero o merluza. Postres variados: flan, arroz con leche, yogur, helado de chocolate, helado de vainilla, melocotón, o rodaja de sandía. De beber, vino español o agua del grifo. Elijo el gazpacho y las chuletillas. El gazpacho no está mal, pero las chuletillas parecen rescatadas anteayer, de un incendio, por los bomberos. Al final se las come Roberto, las suyas y las que yo he dejado. Intento consolarme con el arroz con leche, pero es precocinado, de los que paso de comprar cuando voy al hipermercado. Mi desencanto contrasta con la euforia general del resto de pasajeros. Parece que el vino español, que corre a mansalva, empieza a hacer efecto. Maldonado, más amable y aterciopelado que nunca, aprovecha que ya está todo el mundo terminando de comer, y vuelve a repartir los catálogos que dio a primera hora de la mañana, en el autobús. Descorre un biombo y, tras él, aparecen, de cuerpo presente como en un velorio, todos los productos que vienen en el catálogo: los audífonos, el mando universal del televisor, la colección de figuritas de plomo medievales, la espada y la armadura toledanas... Mientras los camareros sirven chupitos de licor, Maldonado hace una demostración de los productos. Pide una voluntaria, y la invita a sentarse en un sillón masajeador. Tras apretar un botón, el sillón empieza a toquetear a la señora por todas partes. "¡Señora, señora...!", dice Maldonado al cabo de un minuto. La señora se ha quedado dormida. Otras señoras protestan, porque desean probar también el sillón. Mientras la señora se queda allí roncando, Maldonado continúa a lo suyo, con la exposición de productos. Los camareros siguen invitando a chupitos. "Amor, no bebas más", le digo a Roberto. No me hace caso, y acepta otro vasito de licor. Maldonado cambia de tercio: de un maletín, saca la documentación para formalizar la venta a plazos de los magníficos productos que acaba de exponer. El licor y el vino español parecen obrar milagros, pues los pensionistas, atendiendo a las zalameras sugerencias de Maldonado, adquieren toda clase de artículos que a mí, desde luego, se me antojan de poca utilidad. Sólo me interesa el viaje a la Riviera Maya. "Te lo mereces, Gwendy", me digo a mí misma. Le alcanzo un chupito de pacharán a Roberto, y le susurro al oído con ternura: "Amor, ¿y si nos apuntamos a otro viaje?". "¿Quieres ir a un balneario?", me pregunta el bruto. "No, amor; mejor nos damos un garbeo por el caribe mexicano". "Mañana mismo, cari. ¡Maldonado, venga para acá, cuando pueda!". Me pellizco porque casi no me lo puedo creer: Roberto acaba de estampar su firma en los papeles que le ha traído Maldonado. No me cabe duda, de que los ojos achispados de mi ferretero son los de un novio enamorado...

 6:15 p.m.

Aquí estoy con mi amor, comiéndonos un polo en la terraza del parador nacional, de fresa yo, y de limón Roberto. Esta vez, he convidado yo. Desde aquí arriba, Toledo parece una maqueta de sí misma: el río de color azul-turquesa se retuerce entre callejuelas y torres afiladas de iglesia; al fondo, la geometría cuadriculada del alcázar. Bueno, admito que he exagerado un poco en eso de color azul-turquesa, pero es que no hago otra cosa más que pensar en la Riviera Maya...

6:55 p.m.

Subimos de nuevo al autobús, porque es hora de regresar a Madrid. Todo el mundo cansado pero con cara de satisfacción. Sobre todo Maldonado. Y más que nadie, una misma. Sin embargo, Roberto parece contrariado. Imagino el por qué, pero poco importa ahora. Me siento tan contenta... "Más que de los abuelitos, cuánto he aprendido de nuestro guía", le cuchicheo con sorna. No le hace nada de gracia. Maldonado hace el recuento de pasajeros, y se da cuenta de que se olvidó de ir a buscar a la señora que se torció el tobillo, y a su esposo. De inmediato, se le muda la cara de felicidad. Ordena al conductor que encamine el autobús hacia el hospital. Un par de enfermeros o médicos, que han salido a echarse un pitillo, entran en pánico al ver aparecer, por las inmediaciones del hospital, el autobús repleto de jubilados. Maldonado baja apresurado del autobús; cuando regresa, lo hace sin los señores que ha ido a buscar. Allí iban a estar esperándole todo el día... En cualquier caso, nuestro guía no parece demasiado preocupado, sino todo lo contrario. Comprueba que su maletín está donde lo había dejado, en el asiento vacío que está junto al suyo. Reacomoda el maletín y, eufórico, le dice al chófer:  "¡Vámonos, de vuelta a Madrid!". "Y de Madrid, al cielito lindo de México", le digo a Roberto. Mi novio, que taciturno estaba mirando por la ventana, apenas se vuelve y me reponde: "más bonito que Toledo no creo que sea nada de aquello, cari, ya verás". Eso digo yo: que ya veré. Y pienso contarlo, con todo lujo de detalles, en este mismo cuaderno de viaje. Ansiosa estoy de que lleguemos a Madrid, pues tengo que ir decidiendo qué voy a meter, y qué no, en la maleta...

Comentarios

  1. Una vez más, un excelente ejemplo de cutrismo celtibérico magnificamente retratado. Un placer leer tu relato.
    Un saludo,

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    1. Ya sabes, somos la mitad sanchopanzas, y estas historias me salen solas. Un saludo y gracias.

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